TRAMA
Jennifer Lawrence interpreta a una mujer que vive en una casa remota con su esposo poeta (Bardem). Devotamente restaura su hogar mientras él lucha con su trabajo, cuando llega un huésped inesperado (Harris) confundiendo su casa por un hotelito. Pero en cuanto él lo invita —y a su esposa (Pfeiffer)— a quedarse, sentimos que dejaron entrar a sus vidas a algo mucho peor que a unos simples desconocidos…
Como el chicharrón más duro, mother!, de Darren Aronofsky, no es una película fácil de tragar. Pero, diablos, te da mucho para masticarle. ¿Es psicohorror? Seguro… en parte. ¿Una sátira surrealista? Sí, también. ¿Comedia negra? A veces. ¿Un poema visual metafísico? Sigamos. Comienza como un intento de Pinter —una pieza de cámara sobre cómo el infierno existe y son las demás personas— y luego hace una metamorfosis a un tipo de Children Of Men en interiores. Hay rasgos de High-Rise, de Ben Wheatley, ecos de la casi hermosa The Neon Demon, de Nicolas Winding, mucho de Lars von Trier y algunas miradas tonales a Black Swan del mismo Aronofsky. En corto, es hermosa, angustiante y confusa todo en una.
En el centro de sus metagiros está Jennifer Lawrence —probando que estos días puede hacer lo que se le dé la gana y hacerlo endemoniadamente bien— como la musa sin nombre del poeta creativamente constipado de Javier Bardem. El nombre de él tampoco se menciona —ni el de los demás personajes, haciendo sonar la alarma de que lo que estamos viendo está a varios pasos de lo que normalmente consideramos la realidad—. Cada toma de la película fue tomada como acercamiento a Lawrence o mostrando su punto de vista. Otra alarma de que estamos lidiando únicamente con lo subjetivo en esta narrativa, pero eso crea una experiencia intensa, que a veces te desorienta y que gira alrededor de la pesadilla de una mujer.
No hay mejor palabra para ello, en realidad. Los pisos sangran. Los ataques de pánico momentáneamente vuelven a la casa carbonizada y ennegrecida. Cada ruido mundano, sea una pisada, alguien tocando a la puerta o el jaloneo de la lavadora, es discordante y se ve amplificado por la ausencia de una pista sonora. Aun cuando ella es (brevemente) feliz en su retiro idílico, el personaje de Lawrence está prisionera, sin permitírsele salir jamás, y realizando siempre todas las labores domésticas y de mantenimiento —plomería, pintar, cocinar, lavar la ropa— mientras su otra mitad apenas levanta un dedo a menos que sea para abrirle las puertas a invitados maleducados que sólo traen desorden y discordia. Después, cuando finalmente recobra su mojo poético (mediante un estallido de melodrama tragicómico por parte de Aronofsky), sólo empeora las cosas.
Estamos tan acostumbrados a ver a Bardem como villano que es difícil no tener las peores expectativas de él aquí. Hay algo ciertamente raro sobre su actitud protectora de un cristal que brilla de manera peculiar y que mantiene en su estudio, y te preguntas por qué está tan dispuesto a dejar que entren extraños perturbadores en su casa (Harris con su horrible tos, Michelle Pfeiffer como un cliché burgués con sus tragos al lado) y dice cosas que sabe que van a estresar a su esposa. “Siempre hablamos de que este lugar es demasiado grande para nosotros dos”, le dice a sus invitados al principio, y la mirada en el rostro de Lawrence es de un horror apenas contenido. Sin embargo, no es un villano, al menos no en una manera sencilla y directa al estilo del cine. Es… un hombre.
A Aronofsky no le intimidan las metáforas. Siempre le ha gustado la grasa y lo macizo, como sabes bien si ya viste The Fountain, pero en mother! las estruja para pigmentar y cubrir los muros sangrientos con ellas. Religion, historia, los medios, la política sexual, el desmoronamiento de la civilización, la creatividad misma —todo es decoración interior para Aronofsky—, y resultará ser demasiado agobiante para muchos, culminando en una secuencia tan brutal y horrible que garantizamos que alterará incluso a aquellos que hayan identificado el (que creemos que es) el mensaje de Aronofsky. El filme definitivamente se gana la etiqueta de “no para cualquiera”, pero al menos tiene algo que decir —de hecho podrías argumentar que demasiado—. A pesar de su garigoleo incómodo y sus errores ocasionales, difícilmente es una construcción hueca y está muy, muy alejada de ser olvidable. Como nuestros peores sueños vívidos, se cuelga de tu mente con púas.
VEREDICTO
Una película difícil y una que seguramente ofenderá de diferentes maneras. Pero es un poema visual con una lógica elíptica que sin duda deja una impresión abrasadora.